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¿Cuánto cuesta fumar?


Por Rosalba Mackenzie

Aproximadamente un 63% del precio total de una cajetilla es puro impuesto.


Con el reciente e intermitente aumento al precio del cigarro, el constante hincapié que tanto el gobierno como la población no fumadora han hecho respecto de no fumar más y proteger la salud, dos preguntas azotan mi obcecada cabeza:

a) ¿Cuánto gasta el gobierno en atender enfermedades provocadas por el consumo del tabaco?

b) ¿Qué tan atinadas resultan estas medidas para un fumador de hueso colorado?


Para la pregunta número uno encontré en una nota,1 publicada en el periódico El Universal, que el costo que tiene para el sistema de salud atender las enfermedades generadas por el tabaquismo es de alrededor de 45 millones de pesos. Luego, las tabacaleras aportan por medio del impuesto al consumo de cigarros apenas 23 millones de pesos. De modo que, considerando que aproximadamente un 63% del precio total de una cajetilla es puro impuesto, al consolidarse el importe total de una cajetilla de cigarrillos en cincuenta pesos, el gobierno estaría equilibrando el déficit provocado evidentemente a causa de la relación: tabacaleras impuestos sector salud.

Desde esa perspectiva debo reconocer que es una medida por demás lógica, justa y contundente, ya que si las posibilidades de que un fumador activo padezca enfermedades, que van desde algún tipo de cáncer hasta mal aliento, son notablemente elevadas y, considerando que la mayor parte de la población recurre a instancias gubernamentales para atenderse, resulta acertado que seamos los mismos fumadores quienes paguemos peso a peso, por decirlo de algún modo, la atención que probablemente necesitaremos en un futuro.
Sin embargo, me parece que flaquea un poco en el aspecto de la congruencia (adjetivo para el que un fumador de hueso colorado sí califica, al menos en cuanto a estos menesteres se refiere), y me explico inmediatamente con una simple pregunta, (quizá también dictada por mi obcecación):

¿Porqué sigue siendo el tabaquismo una práctica social permitida, a pesar de los altos costos que ocasiona, mientras el consumo de sustancias que pueden causar daños similares es incluso un tabú?

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Sinceramente no lo sé, ni lo entiendo cabalmente, pero sí me hace reflexionar en lo incongruentes que suenan todas aquellas medidas vistas desde este otro ángulo. Eso sin mencionar el hecho de que “caminar durante algunas horas por cualquier calle del Distrito Federal, de Monterrey, Tijuana o Mexicali, equivale a fumar doce cigarrillos”, mientras que “caminar por las avenidas más contaminadas eleva la cantidad a dos cajetillas”, según el Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM2.

Para la pregunta número dos, como ya esbocé líneas arriba, sólo puedo ofrecer datos empíricos basados en mi experiencia propia y observación cotidiana. La respuesta es NO. El fumador de hueso colorado fuma por mero placer, como un chocomaniaco consume chocolates; asume su triste adicción a la nicotina y demás peligrosos componentes del tabaco con la consciencia de los daños que el abuso en el consumo del mismo le puede ocasionar y, lamentablemente, está dispuesto a pagar el impuesto equivalente a cambio de procurarse el gusto, como quien aprecia un buen vino accede a pagar cualquier cantidad por un buen champagne.

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